La ficción y la poesía hacen que me sienta menos solo, David Foster Wallace

Tuve un profesor que me gustaba que solía decir que la tarea de la mejor narrativa era relajar al inquieto e inquietar al relajado. Supongo que buena parte del propósito de la narrativa seria es proporcionar al lector, quien como todos nosotros es una especie de náufrago en su propio cráneo, proporcionarle acceso imaginativo a otros yos. Dado que sufrir forma parte ineludible de tener un yo humano, los humanos se acercan al arte en alguna medida para experimentar sufrimiento, necesariamente como experiencia vicaria, más bien como una especie de generalización del sufrimiento. ¿Me explico? En el mundo real, todos sufrimos en soledad; la empatía verdadera es imposible. Pero si una obra de ficción nos permite de forma imaginaria identificarnos con el dolor de los personajes, entonces también podríamos concebir que otros se identificaran con el nuestro. Esto es reconfortante, liberador; hace que nos sintamos menos solos. Podría ser así de simple. Sin embargo observamos que la televisión y el cine popular y la mayoría de los tipos de «baja» cultura -lo cual simplemente quiere decir arte cuyo objetivo fundamental es ganar dinero- son lucrativos precisamente porque asumen que el público prefiere placer al 100 por 100 a una realidad que suele componerse de un 49 por ciento de placer y un 51 por ciento de dolor. En tanto que el arte «serio», que no se dirige principalmente a sacarte el dinero, tiende a hacer que te sientas incómodo, o te empuja a esforzarte para acceder al disfrute, del mismo modo que en la vida real el placer es consecuencia del esfuerzo y de la incomodidad. Por tanto es difícil que el público, especialmente el joven que ha sido educado para esperar que el arte sea 100 por cien placentero y para recibir ese placer sin esfuerzo, lea y aprecie la narrativa seria. Eso no es bueno. El problema no es que el lector de hoy sea tonto, no lo creo. Simplemente se trata de que la televisión y la cultura comercial le han enseñado a ser una especie de vago infantil en lo que respecta a sus expectativas. Esto hace que intentar llamar la atención de los lectores de hoy implique una dificultad imaginativa e intelectual sin precedentes.

David Foster Wallace
Entrevista con Larry McCaffery
Review of Contemporary Fiction, 1993
Conversaciones con David Foster Wallace
Traducción: José Luis Amores
Editorial: Pálido Fuego

MILLER: ¿Qué crees que es mágico solamente en la ficción?

WALLACE: ¡Oh, Dios, eso podría llevarnos todo un día! Bueno, la primera línea de ataque para esa cuestión es que hay una soledad existencial en el mundo real. No sé lo que estás pensando ni qué hay en tu interior y tú no sabes lo que hay dentro de mí. Creo que en la ficción en cierto modo podemos saltar ese muro. Pero ese es solamente el primer nivel, porque la idea de intimar mental o emocionalmente con un personaje es una ilusión o una artimaña que el escritor establece por medio del arte. La conversación es otro de los niveles en una obra de ficción. Entre el lector y el escritor se establece una relación bastante extraña de la que es muy complicado y difícil hablar. En lo que a mí respecta, una obra de ficción realmente buena puede o no puede llevarme lejos y hacer que me olvide de que estoy sentado en una silla. Hay cosas muy comerciales capaces de hacer eso, y una trama fascinante también puede hacerlo, pero no hacen que me sienta menos solo.
Hay una especie de ¡Ajá! Al menos durante un instante alguien siente por algo o ve algo lo mismo o igual que yo. Eso no sucede todo el tiempo. Son destellos o llamaradas breves. Y no me siento solo, intelectual, emocional y espiritualmente. En la ficción y la poesía me siento humano y acompañado y como en medio de una conversación profunda y significativa con otra consciencia de un modo que no experimento con otro tipo de arte.

MILLER: ¿Quiénes son, para ti, los escritores que lo logran?

WALLACE: Históricamente, los que para mi consiguen el premio son: la oración fúnebre de Sócrates, la poesía de John Donne, la poesía de Richard Crashaw, de cuando en cuando Shakespeare, aunque no muy a menudo, las cosas breves de Keats, Schopenhauer, las Meditaciones metafísicas y el Discurso del método de Descartes, los Prolegómenos a toda metafísica futura de Kant, aunque las traducciones son todas espantosas, Las variedades de la experiencia religiosa de William James, el Tractatus de Wittgenstein, el Retrato de un artista adolescente de Joyce, Hemingway -en particular la cuestión italiana de En nuestro tiempo, donde sencillamente dice ¡uf!-, Flannery O’Connor, Cormac McCarthy, Don DeLillo, A.S. Byatt, Cynthia Ozick -sus relatos, especialmente uno titulado «Levitación»-, alrededor del 25 por ciento de Pynchon, Donald Barthelme, en especial un relato titulado «El globo», que es el relato que provocó que quisiera ser escritor, Tobias Wolff, lo mejor de Raymond Carver -sus cosas más famosas-, Steinbeck cuando no está dándole al tambor, el 35 por ciento de Stephen Crane, Moby DickEl gran Gatsby.
Y, Dios mío, poesía también. Probablemente Phillip Larkin más que cualquier otro, Louise Glück, Auden.

David Foster Wallace
Entrevista con Laura Miller
Salon, 8 de marzo de 1996
Conversaciones con David Foster Wallace
Traducción: José Luis Amores
Editorial: Pálido Fuego

J’ai deux, trois, quatre amis. Eh bien, je suis contraint d’être un homme différent avec chacun d’eux, ou plutôt de montrer à chacun la face qu’il comprend. C’est une des plus grandes misères de ne pouvoir jamais être connu et senti tout entier para un même homme, et quand j’y pense, je crois que c’est là la souveraine plaie de la vie: c’est cette solitude inévitable à laquelle le coeur est condamné.

Eugène Delacroix
Journal, 9 juin 1823

Foto: Janette Beckman/Redferns
David Foster Wallace

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